Poesía, poetas y poéticas

Porque la poesía, como la Diosa, desde el misterio adviene y al misterio va...








sábado, 11 de abril de 2009

José Antonio Aguilar

El ritmo, la musicalidad de las palabras, son inherentes al "son del corazón" de José Antonio Aguilar. Conocedor de los ritmos populares, músico él mismo, pues interpreta con su guitarra y voz sones y cantos de los pueblos de México, la rima, y el inmediato reconocimiento y estudio de la métrica, cuando fue puesta en la mesa de trabajo para encauzar este conocimiento inherente, le fue propicio. En su poesía la forma y el canto alegre encierra un llanto, un duelo interno que no anima a ser dicho; si bien sus temas abarcan lo cotidiano, las figuras amadas y domésticas, en el traspatio de la casa hay un desgarramiento interior que nutre la creatividad de José Antonio, también cuentista y melómano, desgarramiento que tampoco se desborda en sus primeros tanteos de escritura en verso blanco, libre. Y sin embargo la voluntad de desborde en la forma que Aguilar ha mostrado podría develarnos la fuente de ese dolor callado, que finalmente es su testimonio de vida.

Texto: C. P. Video: Yossadara G.

Soneto I

A mi niña mujer, fresca y fragante,
a quien duelen a veces mis derrotas,
me le voy a morir con suaves notas
que no alteren el orden circundante.

No he podido ser héroe ni tunante,
nunca supe tener ansias devotas;
sólo vuelos fugaces, alas rotas
y tragedias que duran un instante.

No he podido querer ni odiar ni nada;
mi esperanza es pequeña, indecisa,
temerosa, falaz y desganada.

Me le voy a morir pronto y aprisa
como asunto trivial en la jornada
que acontece sin llanto ni sonrisa.


Soneto II

A mi perro Tobías le agradezco
sus lecciones de vida cotidianas:
cómo tensa su cuerpo en las mañanas
y el vaivén de su rabo de arabesco.

Su perdón incesante no merezco
a mis viles traiciones cortesanas,
ni la luz de sus ojos, avellanas,
que alimentan mi sueño quijotesco.

Su presencia liviana dulcifica
mis temores antiguos y modernos,
y cuando duerme su roncar musica

mis desvelos efímeros o eternos.
¡No me dejes, Tobías!, tu alma rica
reconforta mi viaje a los infiernos.

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